Contra el matrimonio
La aprobación en el Congreso de la ley que autoriza el matrimonio entre homosexuales, celebrada en España a bombo y platillo, deja algunas incógnitas en el aire acerca de la honradez de tal medida por parte del ejecutivo socialista, y ninguna duda en cuanto al oportunismo descarado del equipo de Zapatero, ávido y necesitado de acciones tan aparentemente avanzadas como esa, deseada por una supuesta mayoría de la población, y rechazada de plano por otra no menos escasa representación ciudadana. La fractura social que se ha abierto en la tierra de la Inquisición es incontestable. Las dos Españas siguen en pie de guerra.
La futura República Federal de los Pueblos Ibéricos disfruta como un nene con zapatos nuevos (si creemos las encuestas y shares de audiencia), cuando las TV públicas y privadas emiten espacios, absolutamente faltos de seriedad y rigor, acerca de algo tan serio como la sexología. Esa España “grande y libre” en la que aún se tortura y maltrata a los reclusos, sean o no etarras (ver último informe de las Naciones Unidas), celebró durante años las payasadas de personajes como Boris, que ridiculizaban la figura del homosexual como lo hiciera el franquismo durante la dictadura. Pero ni una palabra sobre las bestialidades cometidas en las prisiones, comisarías y cuartelillos de toda la geografía hispana.
Seamos serios. El homosexual, no es un mariquita de feria para explotar entre cientos de anuncios. La persona que banaliza su condición exhibiéndose en las pantallas como un animal circense, puede llegar a convertirse en un patético clown, como infantiles e inútiles son las celebraciones del orgullo gay, que deforman gravemente la personalidad de quienes eligen esa orientación sexual. Nada que ver la alegría lésbica con la de sus colegas, porque en ese colectivo no hay “Peponas” que únicamente se ocupen de arrancar carcajadas entre los ciudadanos. No hay machorras que enseñen el pubis o el Monte de Venus para jolgorio del espectador mientras imitan los gestos del hombre. No existe por su parte nada similar a la continua y cansina forma de hablar y actuar, que tan chuscamente interpretan profesionales del mal chiste como Los Morancos. En el mundo de las fans de Safo no se banaliza, ni se bromea con algo tan respetable. Son mujeres en pleno dominio de su sexo y no hacen de él un carnaval para vender a las revistas del corazón, aunque en las carrozas pongan por delante a los que gustan del disfraz feminoide, como reclamo publicitario para la tan deseada normalización de su status. Ellas ayudan con su actitud al respeto y normalización de esa opción.
En el terreno de la permisividad, el carpetovetónico ciudadano ibérico ha asistido en los últimos años a una más que falsa “tolerancia sexual”, amparada por más del cincuenta por ciento de los medios de comunicación, colectivos de todo tipo e, insisto, una gran parte de la sociedad. Pero España no es, sin embargo, un país tolerante y abierto. La hipocresía más vil se esconde en ese falso progresismo de salón.
Cuando hace 22 años Las Vulpess escandalizaron en la TVE con su canción “Me gusta ser una zorra”, ningún diario, radio o colectivo ciudadano, salió en defensa del cuarteto, y mucho menos de mi humilde persona, amenazada de cárcel por escándalo público. ¿Voy a tragarme, sin sentir el vómito, que en esos cuatro lustros y dos años, ese estado de opinión ha dado un giro de 180 grados?. Aún recuerdo los denuestos e insultos de compañeros (hoy muy “demócratas de toda la vida”), que jaleaban al Fiscal General pidiendo mi cabeza. Aún resuenan en mi oído, y rememoro los titulares de periódicos, los lamentos porque el tal Tena dirigiese un espacio de televisión desde el que provocar a la audiencia con sus “ocurrencias”.
Esos mismos personajes, y otros parecidos, aplauden ahora (porque es signo de modernidad) que los matrimonios entre homosexuales tengan rango de ley. Queda muy bien ser abierto y comprensivo, aunque en su fuero interno, cuando llegan a la intimidad del hogar, se desfoguen diciendo: “¡Y ahora encima, quieren adoptar niños... ¿A dónde vamos a parar?”. A la mañana siguiente, en la radio, en la prensa, en la pequeña pantalla, sus palabras serán totalmente diferentes. Hipocresía de la más casposa, de origen farisaico, de raíces inquisitoriales. Conozco el medio, señores.
Aplaudo en su justa medida lo que aprobó el Congreso, qué duda cabe. Pero déjenme de monsergas y falsos progresismos. España sigue siendo rijosa y falsaria, atascada en el franquismo y disfrazada de tolerante, como en un carnaval siniestro en el que muchas conciencias desaprueban en privado esa posibilidad de matrimonio, pero jalean en público a los sufridos homosexuales que durante tantos siglos han sido objeto de censura y escándalo.
Esa ley no es siquiera un avance. Es una forma de sacar dinero al personal como otra cualquiera y los comerciantes están encantados con la medida. Estoy seguro de que El Corte Inglés prepara su “Semana Gay”, su mes con “Moda para lesbianas”, aunque no se han decidido por el modelo que presenten en los spots de televisión. Conviene distraer al personal. Es más: resulta imprescindible ese tipo de medidas, para evitar que el pueblo llano caiga en la cuenta de las miserias que aún quedan por arreglar. Mientras tanto, Zapatero y sus Cuates entregan a Bush todas las cartas para que siga ejerciendo el papel de terrorista número 1. Y el que apoya a un asesino es tan culpable como aquel. Avanzados en lo sexual, carpetovetónicos en lo social. Cómplices en lo político, amigos del enemigo más brutal que haya parido la sociedad estadounidense. Mudos ante las masacres y asesinatos diarios en Irak, pero tremendamente afectados cuando las víctimas son europeas, sea en Madrid o Londres.
La doble moral de los políticos españoles es repugnante: se colocan la careta del progresismo fácil, en tanto ayudan a masacrar a los inmigrantes con leyes discriminatorias de baja estofa, recortan los sueldos y derechos de millones de trabajadores, de inmigrantes y estudiantes, preparando otras medidas que distan años luz de la ética política inherente a la verdadera izquierda. El truco del sexo es uno de los más arteros que estos chicos de Zapatero, IU, etc., se han podido inventar para distraer a los inocentes, más preocupados por brindar en la boda y firmar su Libro de Familia, que por saber si algún día tendrán una pensión digna.
Lo que el mundo necesita son menos leyes matrimoniales. Al contrario, sería aconsejable que los psiquiatras y especialistas en derecho se definieran acerca de ese contrato del que se suele salir bastante mal parado, tanto económica como emotivamente.
No hace falta decir pues que estoy en contra del matrimonio, tal y como se concibe en nuestros tiempos. Lo rechazo de plano como fórmula para edificar una sociedad que pueda progresar en paz. La unión de dos seres no se debe realizar ante una autoridad municipal, autonómica o religiosa, como si de una obra de teatro se tratara, exhibiendo la natural felicidad del momento. Ese instante debe celebrarse ante notario, firmando un contrato de servicios mutuos con sus cláusulas bien claras. Dejad a un lado lo sentimental, que los besos y miradas de ternura no os permiten divisar el bosque. Centraos, querid@s homosexuales y lesbianas, en los artículos, en la letra pequeña de ese compromiso ético que vais a firmar.
Aconsejo a los más jóvenes que no se dejen llevar por la estúpida alegría y falsa modernidad de la medida que el Congreso español ha aprobado. Casarse es una solemne estupidez. Sobre todo si no hay un papel de por medio que aclare el rol de cada actor, sus obligaciones y derechos, sus deberes y ventajas, su compromiso moral, laboral y económico.
Pero, en cualquier caso, queridos y admirados Paquito, Lluis, Eliseo, Mercedes, Elisa: que disfrutéis de la posibilidad de contraer nupcias. Ya habéis llegado a lo que algunos llaman normalidad. Y no existe nada más peyorativo que ese término. Me quedo con lo diferente, como el inolvidable y valiente film de Alfredo Alaria.
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